Casas auténticas para ciudades humanas

 



La voz que ayer decidí usar no es un capricho, es una necesidad. Hoy quiero seguir desarrollándola para hablar de un tema urgente: necesitamos más casas auténticas y menos casas en serie.

El modelo actual de vivienda nos ha reducido a números y patrones de consumo. Se diseñan fraccionamientos completos como si todas las familias fueran idénticas, ignorando que vivimos realidades muy distintas: familias monoparentales, adultos mayores solos, jóvenes que comparten, parejas con hijos pequeños, comunidades multigeneracionales. Cada una con ritmos, necesidades y dinámicas diferentes. Y, sin embargo, se nos encierra en la misma “caja estándar” que responde más al negocio que a la vida cotidiana.

Lo humano ha sido desplazado por lo rentable. La prioridad no es la persona, sino el coche. Se construyen avenidas infinitas, estacionamientos, fraccionamientos amurallados y enormes centros comerciales, pero no se construye cercanía. No se piensa en la vida de quien necesita estar a cinco minutos del trabajo, cerca de sus padres, de su escuela, de su red de apoyo.

Y cuando la ciudad no ofrece esa posibilidad, lo que se encarece no es solo el suelo: se encarece la vida misma. Familias enteras son desplazadas de los barrios donde crecieron, donde tejieron vínculos, expulsadas por un proceso que conocemos demasiado bien: la gentrificación. Un fenómeno que, bajo el disfraz del “progreso”, despoja a la gente de sus hogares para darle paso a negocios más lucrativos. Una ciudad que se gentrifica es una ciudad que pierde su alma.

Pero no se trata solo de economía: se trata de calidad de vida y seguridad. No basta con poner un parque o una escuela si esos espacios están desconectados de la vida diaria. Las ciudades sanas son aquellas que permiten caminar, encontrarse, conversar. Colonias donde el vecino no es un desconocido detrás de una reja, sino parte de una comunidad. Es en esa interacción donde se genera confianza, donde se combate la inseguridad de raíz, donde florece el sentido de pertenencia.

La delincuencia no se resuelve únicamente con cámaras o patrullas. Se resuelve creando ciudades conscientes, donde cada espacio fomente interacción y comunidad. Donde los niños puedan jugar en la calle, los adultos mayores caminar tranquilos y los jóvenes encontrar espacios de encuentro que no dependan del consumo.

Por eso insisto: la vivienda no debe diseñarse como mercancía, sino como vida en potencia. Y la ciudad no debe crecer bajo la lógica del capital, sino bajo la lógica del bienestar humano. Necesitamos colonias caminables, auténticas, diversas. Necesitamos arquitecturas que escuchen y respondan, no que impongan un molde único.

Seguir usando la voz es el primer paso para que este mensaje deje de ser un deseo y se convierta en acción. Porque el silencio solo beneficia a quienes prefieren seguir construyendo ciudades deshumanizadas.

Hoy la voz está aquí para recordarnos algo simple pero profundo: una ciudad hecha para los coches es una ciudad vacía; una ciudad hecha para las personas es una ciudad viva.

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