"El arquitecto y el doctor"
Un cuento del mundo al revés
En la ciudad de Zarvok, donde los edificios flotaban y los relojes caminaban hacia atrás, vivía un arquitecto llamado Túber Leval, conocido por diseñar espacios que hacían llorar a las piedras… de emoción. Un día, recibió una llamada de un nuevo cliente: el doctor Aníbal, un cirujano reputado y soberbio que, sin embargo, decía tener un alma sensible y buen gusto por el diseño.
—“Maestro Túber, quiero que me diseñe una casa que respire, que fluya, que cante cuando amanezca. Pero antes, ¿podrías mostrarme algunas ideas, renders, ejemplos… para ver si conectamos?”
Túber, a pesar de los ecos de advertencia de otros colegas, aceptó. Durante dos semanas, trabajó noches enteras haciendo maquetas con café, planos con precisión de cirujano y renders tan reales que daban sombra. Se los mandó al doctor, quien respondió con una frase:
—"Déjame revisarlo con calma… y te aviso."
Nunca más volvió a saber de él.
Meses después, el arquitecto cayó enfermo. Ironías del universo, terminó en el consultorio del mismísimo doctor Aníbal.
—“Bueno, maestro Túber, según tus síntomas puede ser grave. Necesitamos estudios, análisis y una exploración profunda.”
Túber, sin perder la calma, le respondió:
—"Perfecto. Pero antes, ¿me podrías abrir tantito, ver si tus manos conectan con mis órganos? Enséñame cómo operarías, nada más para ver si vale la pena pagarte."
El doctor lo miró, ofendido.
—"¡¿Cómo se te ocurre?! ¿Crees que mi tiempo es gratis? ¿Acaso piensas que mis años de estudio se regalan?"
Silencio. Se hizo un eco denso. El doctor se tragó su reclamo.
Túber sonrió con tristeza.
—"Así me sentí yo."
En ese instante, el consultorio se deshizo como papel mojado. Todo se transformó. El mundo giró 360 grados, pero no regresó al mismo lugar: ahora estaban en un planeta donde las profesiones se valoraban por igual. El tiempo de todos tenía precio, las ideas no se robaban, y el respeto no se mendigaba.
Aníbal, ahora convertido en barista por karma instantáneo, sirvió un café al nuevo arquitecto del hospital. Túber volvió a diseñar hospitales con jardines interiores, sin clientes que huyeran como fantasmas.
Y en ese mundo desconocido —donde el valor se medía no por lo tangible, sino por lo invisible—, nadie más volvió a pedir "una probadita gratis".
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